16 de diciembre de 2022
El espacio vivido como refiere Lefevre, constituye la representación tangible y emocional de nuestro acontecer cotidiano. Inmersos en el sistema operante, convivimos dentro de estos moldes de concreto y metal llamadas ciudades. Derivadas del discurso que comulga la hegemonía dominante, las ciudades han evolucionado de ser un lugar de conciencia cultural a solo funcionar como centros de explotación de mano de obra para fines capitalistas. Este fenómeno se fundamenta con el discurso del desarrollo humano, el modernismo. El convencimiento de la individualidad nos llevó a desprendernos de la colectividad y con ella los espacios de convivencia de conexiones expresivas colectivas.
Si bien entiendo, a Goeritz, la arquitectura como arte debe ir de acuerdo con las circunstancias del contexto de la sociedad. Debe buscar plasmar la esencia de la época como una escenificación permanente y ser capaz de hablar por sí misma. La apropiación del espacio humano por la ideología dominante ha discapacitado a las y los arquitectos del sentido de crear espacios que dignifiquen el pensamiento humano, de incentivar a manifestar la expresión de las emociones.
Goeritz toca un punto muy importante de la humanidad, cuando habla de la capacidad de crear. Las creaciones humanas son la expresión de la narrativa que nos identifica como seres humanos. Las creaciones se llevan a cabo dentro de espacios capaces de generar el estímulo de la creatividad. El problema existe, cuanto más restringes el espacio emocional y se apuesta o impone centros de producción capitalista. El ser humano deteriora sus capacidades de cuestionar, de experimentar consciente el espacio más allá de solo ser funcional.
La industrialización de los procesos de producción sistematiza y automatiza las capacidades corporales y cognitivas de cada ser humano. Se evita que el humano experimente la prueba y error de los procesos de creación, haciendo aprender sistemas puntuales y lineales, que muchas veces no tienen un sentido. El error es una condición inherente de la humanidad, posee la capacidad creativa para corregir y mejorar el error, y aprender de cada paso, tal como nos cuenta R. Sennett de la capacidad de tener la voluntad de mejorar una técnica y perfeccionarla.
La práctica autómata no es ajena del espacio que habitamos, siempre debemos vivir espacios funcionales y dejar los espacios no funcionales como una gratificación del escape urbano, una condición extraordinaria que no cualquiera tiene el privilegio de vivir. La arquitectura emocional de Goeritz viene a replantear el valor de humanizar los espacios vividos, de la convivencia colectiva y la convivencia con todo lo que no es humano. Se debe reconocer de nuevo la existencia de lo que no es humano dentro de los espacios apropiados por el humano. El espacio escultórico, ciudad universitaria, Chapultepec, los bosques de la ciudad son espacios que están ahí por si mismos y donde conviven más cosas no humanas, pero que nos regalan el poder de tomarlos como un lienzo para plasmar nuestras emociones y poder drenar la humanidad que en realidad somos. Hoy en día contaminamos estos espacios bajo el manto de estructuras de concreto y metales, plástico y colores desentendidos, de ángulos rectos y pulcritud.

El espacio que habitamos tiene un antecedente en su génesis, los fenómenos geológicos y biológicos a todos los niveles de paisaje, nos brindan un espacio cómodo para habitar. Las montañas, la energía del sol, las estrellas, el cielo, las nubes, los árboles, los bichos, la lluvia, el suelo, el agua que corre, el aire que respiramos, son parte de nosotros, pero aún más importante, primero fuimos todo eso para poder existir y sin eso primordial en el estado que nos puede dar vida, no puede existir la humanidad.
El daño que le hemos hecho a nuestra manera de andar por los espacios ha trastornado incluso, nuestra manera de ver el agua. Pasar de ser un punto vital que debe correr a través de todo el continente en forma de ríos, ahora solo es vista en lugares puntuales para quienes viven las ciudades, como las tuberías, el baño, la cocina, la fuente, el lago ¿Y los ríos? ¿Y los grandes lagos que tanto se habla en los tiempos precoloniales?
Genaro Amaro tiene un punto muy importante en dimensionar que los grandes los lagos siguen latentes y que el mismo entorno cederá a las presiones del agua para que vuelvan a inundar, esto no es mera especulación, es la sabiduría de quienes llevan más tiempo viviendo en el valle y guardan la memoria de los que le anteceden para contar la historia del espacio a través del tiempo. Escuchar esas voces es una propuesta para reivindicar el paso del agua por las ciudades y regresar a un entorno con más convivencia de otras texturas más allá del asfalto.
Los espacios que otorgan la posibilidad real de ser humanos son espacios que conviven con el contexto del sentir colectivo. Volvamos a lo no moderno, a lo humano, a equivocarnos, al flujo de la naturaleza.
